Ya habían transcurrido 375 días desde que comenzó el viaje laboral hacia la Antártica desde Punta Arenas y ya estaba regresando. Atrás quedaban esas imágenes de días congelados, meses de luz y meses de oscuridad absoluta, la tierra de los pingüinos y especies que viven en un planeta aparte en el cual el ser humano es un observador y no el protagonista.
Volver a ver árboles, sentir calor, gente caminando, edificaciones y automóviles en una ciudad iluminada era casi descubrir el fuego o venir desde la prehistoria... todo tenía otro sabor y aroma.format_quote
“Tienen 2 días libres antes de regresar a Santiago”
Fue una frase que iluminó de inmediato mi mente y comencé a planificar la salida que me daría esa conexión tras estar mas de un año fuera de casa, “necesito ir a ese lugar tan maravilloso, al que cada vez que vengo, tengo que pasar a saludar”; pero ¿de qué lugar estoy hablando?...Parque Nacional Torres Del Paine.
A las 2 PM de ese hermoso día 2 de noviembre del año 2018, partía rumbo a Puerto Natales; sin nada preparado y consiguiéndome un auto a una buena amiga, que me apoyó en esta locura. Tras 4 horas de viaje, mas una parada, logré llegar a la plaza de Puerto Natales y encontrar un alojamiento para descansar y partir al día siguiente rumbo a uno de mis lugares preferidos de Chile.
Ya es sábado y son las 6 AM, momento de comenzar el viaje.
Llegué al parque ansioso, como si fuera la primera vez (lo visité 3 veces antes: año 2007 circuito de la O, año 2009 circuito W, año 2014 un Full Day) sólo quería reencontrarme con aquellos paisajes que me hacían amar la naturaleza y allí estaban tal como los recordaba. El lago Pehoé con ese color turquesa inconfundible de sus aguas, el Lago Nordensjöld y su espectacular vista con los Cuernos del Paine de fondo, El Lago Grey con sus témpanos flotantes y el imponente glaciar de fondo que, wooooow... me hizo recordar lo privilegiado que fui de conocer tierras antárticas; siguiendo con el recorrido La Cascada Paine con su bello sonido, el reflejo de las Torres en la Laguna Amarga, contemplar guanacos y ñandúes cerca del Lago Sarmiento no tiene precio; no podía darme más alegría, quizás esta vez no vería las Torres del Paine pero ya estaba pagado.
Simplemente el hecho de estar en aquel lugar contemplando semejante belleza provocaba emoción y satisfacción plena; ¿Quién podría imaginar que meses antes yo vivía en un lugar completamente nevado, y que un trekking significaba algo demasiado difícil? Pues ahora estaba allí respirando ese aire que recordaba a cientos de kilómetros más al sur... cierro los ojos y es imaginarme en esa típica foto con los brazos abiertos jajajaja.
Tras sentarme y descansar en Villa Río Serrano, en un bello atardecer, pude reflexionar sobre este maravilloso día y degustar cada momento vivido; no podía creer que todo un día pasara tan rápido, pero ya oscurecía y era momento de manejar, el cansancio es un detalle en el trayecto de regreso a Punta Arenas. Mientras conducía meditaba en cuantas veces quise visitar este lugar que tanto se nombraba en televisión, revistas y artículos de viajes; al segundo año de trabajo junté dinero y lo visité, y desde esa vez me enamoré, ¿Quién puede quedar indiferente ante esta semejante belleza de la naturaleza? Creo que nadie.
Esos días no quise ser de los que pierden oportunidades como estas para evitar cansarnos (esa vez no llevé los zapatos adecuados, pero ya el dolor de pies sería olvido cuando recuerde los bellos paisajes de ese día).
Al día siguiente a las 08:30 AM estaba volando rumbo a Santiago, de regreso a casa.
Agradecimiento especial a quienes me ayudaron a realizar esta escapada, Analía que facilitó el auto y todo lo necesario para que tuviese ese momento con la naturaleza; a María José, “negrita”, por la ayuda con las fotografías (tras sufrir la posterior pérdida de mi celular, fue quien tenía los respaldos y pudieron regresar a mí) y ser mi compañera de ruta en momentos importantes.
Amante de la naturaleza, enamorado de mi región y sobre todo Transmitiendo este legado a mis dos bellas hijas.